La decisión de poner fin a la época de dinero barato no debería aplicarse, en principio, hasta 2015.
¿Qué repercusiones tendrá la extraordinaria política monetaria adoptada por la Reserva Federal? Esta pregunta lleva tiempo rondando la cabeza de muchos y ayer pudimos ver que la resaca dejada durante más de cinco años de dinero barato, y casi gratuito, puede ser nefasta para los emergentes. Si a comienzos del verano los rumores sobre la retirada de los estímulos ya provocó el pánico en el mercado de divisas de países como Brasil o India, en estos momentos, el banco central de Estados Unidos debe hilar fino si no quiere destartalar el reciente optimismo instaurado sobre la economía mundial.
A comienzos de semana, el Fondo Monetario Internacional anunciaba a bombo y platillo su mejora en el crecimiento de la economía mundial para este año y el que viene, una comedida proyección al alza que sitúa la expansión económica en el 3,7 por ciento este año. Sin embargo, el equipo de economistas liderado por Olivier Blanchard destacó la necesidad de la Fed de controlar adecuadamente su salida de un contexto acomodaticio sin precedentes, para no afectar a las economías emergentes. Al fin y al cabo, los conocidos como BRICS (véase Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), dejan de tirar del carro económico mundial al operar a medio gas devolviendo el testigo a los países desarrollados.
No es para menos. Desde que Ben Bernanke, al frente de la Reserva Federal, se viera obligado en 2008 a hundir los tipos de interés a corto plazo hasta casi el 0 por ciento y dar el pistoletazo de salida a tres rondas masivas de compras de bonos del Tesoro y activos respaldados por hipotecas, el dinero escapó hacia los emergentes, en busca de mayores rendimientos y la apreciación cambiaría. Los bancos de distintos países Latinoamericanos y asiáticos, inundados por la liquidez, comenzaron a conceder una oleada de préstamos en los mercados emergentes. Tanto los inversores internacionales, como los fondos de pensiones, gestores de inversión y fondos soberanos miraron hacia los países en desarrollo como forma de sacar rentabilidad a su dinero, y de paso, fomentar un crecimiento económico que ayudaría a las economías occidentales a salir de sus respectivas crisis.
La propiedad extranjera de la deuda de los mercados emergentes aumentó de forma pronunciada. En Asia, entre el 30 y el 50 por ciento de los bonos del gobierno emitidos en rupias indonesias están en manos de inversores internacionales. En torno al 40 por ciento de la deuda de Malasia y Filipinas está en manos de extranjeros. De paso, las entradas de capital impulsaron fuertes caídas en los costes de financiación de los emergentes. Los rendimientos de los bonos brasileños en dólares cayeron desde el 25 por ciento en 2002 a un mínimo histórico del 2,5 en 2012. Si entre 2003 y 2011 los rendimientos de los bonos turcos denominados en dólares alcanzaban una media del 7 por ciento, pronto se hundieron a un mínimo del 3,17 en noviembre de 2012.
Con la tormenta perfecta ya en marcha, la posibilidad de que la Fed aniquile el dinero barato, una decisión que no debería comenzar hasta 2015 si la inflación y el paro lo permiten, muchos de estos países se han dormido en los laureles a la hora de implementar medidas estructurales que les permitieran digerir los últimos años de bonanza. "Estoy nervioso tras haber visto una respuesta tan fuerte a un cambio de rumbo inevitable de la Fed", dijo Kenneth Rogoff, profesor de economía en Harvard y experto en crisis financieras durante el tambaleo de los emergentes a comienzos de junio. Ahora, tanto Bernanke como Janet Yellen deberán tomar decisiones con la estabilidad de las economías en desarrollo en mente.
José Luis Haro
El Economista.es
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